A principios del 2007 no podíamos entender cómo el impopular electivo matemático logró conseguir 28 valientes que pensaban que llegarían a alguna parte estudiando los números. Sin embargo, errar es humano y, a pesar que unas aguantaron más que otras, a fin de año, 10 de las ex – valientes habían recapacitado a favor de su integridad física y mental retomando el curso normal de sus vidas. Mientras tanto, las restantes 18 se quedaron junto a su intransigente Padre y su bondadosa “Madre” (no le quedó más opción que serlo), quienes nos acompañaron, atormentaron y educaron durante estos 2 largos años de penas, estrés y alegrías.
Cómo olvidar cuando nos jurábamos horda furiosa e íbamos en masa a exigir nuestros derechos donde el profe Sanzana, quien huía corriendo perseguido por nosotras; mientras que la “Madre” piadosa intentaba amortiguar nuestra frustración intercediendo por nosotras, enseñándonos el mismo día de la temida prueba lo que jamás nos entró en la cabeza y lo que Sr. Sanzana solía omitir.
Qué lindos momentos aquellos en los cuales jugábamos al amigo secreto, intercambiando desde alimentos hasta útiles escolares y donde Tío Pepe era uno más de nosotras. Y, por qué no también, aquellos en los que nos tomábamos la sala y dejábamos al profe Sanzana afuera con sus pruebas diabólicas.
Llegamos a pensar que las cónicas rotadas y trasladadas eran lo más difícil que nos podía suceder, pero pasamos a cuarto y nuestra vida cambió, pues tío Sanzi creyó que, estando en la plenitud de su vida, podía introducir a una generación de humildes matemáticas al “arte” del Cálculo. Es así como iniciando con limites, nuestra desesperación creció exponencialmente mientras llegábamos a las derivadas, culminando en su punto máximo con las integrales.
Pasamos por pequeños grandes traumas como Relatividad, con la cual aprendimos que mientras más rápido corremos, más flacas nos vemos y donde nos jurábamos pro utilizando E=mc2 (que era lo más fácil de la vida); o como las leyes del profe Sanzana, que nos dejaban haciendo gestos y diciendo cosas sin sentido como unas idiotas. Es así como asentimos y negamos con la “ley del burro” o recitamos “un día ví una vaca sin cola vestida de uniforme” tratando de integrar.
Logramos llegar al final y nos sentimos orgullosas de ello, porque pese a cajas voladoras, risas macabras y chistes fomes, tuvimos grandes logros, como sietes al libro, ser el mejor promedio de entre los electivos y ser la única generación llegar a integrar, convirtiéndonos en humildes estudiantes, pero grandes matemáticas marcadas por la profunda frase “EstUdiar es TriUnfar”.
lunes, 27 de octubre de 2008
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